jueves, 14 de diciembre de 2006

MI PASADO ENTRE SUFRIMIENTOS Y EMOCIONES

A veces me pongo a pensar en mi vida, en lo que he hecho durante todos estos años y a veces me asusto de los años que he vivido y que para mí han pasado en un abrir y cerrar de ojos. Yo soy de Madrid y muchos años de mi vida los he vivido en la hermosísima Madrid. No obstante mis viajes sigo viviendo ahí, mi corazón está en Madrid y se ha parado ahí. Mi corazón llora por algo que nunca podrá regresar.
Los años en Madrid fueron, por un lado los más hermosos y, por el otro lado los más feos pero, nunca me olvidaré de la hurmosura del paesaje de aquella ciudad solitaria que después años me trasmete emociones infinidas. Me acuerdo que cuando niña, siempre me metía en camisa de once varas. Era una niña muy feliz y desprecupada. Vivía en una familia modesta. Mi padre trabajaba en la red nacional de ferrocarriles y mi madre era un ama de casa. Mi hermano murió a veinte años en un accidente de circulación y aquel fue el momento más feo de mi vida. Cuando niña me gustaba jugar con las muñecas y los ositos de peluche que sigo amando todavía. Tuve una infancia muy feliz. Me acuerdo que yo no nunca quería dejar a mi madre, en efecto mi primer día de escuela de primera enseñanza fue una experiencia trágica. Me eché a llorar como una loca y le dije a mi profesora un montón de palabrotas. Al final, mi madre se fue y la profesora me llevó en clase y cerró la puerta. Yo, sin estrecharme el ánimo, empecé a dar puñetazos y coces contra la puerta. Luego, mi profesora se resignó y me dejó llorando. De hecho, cuando niña era antojadiza y a veces muy insoportable pero no era consentida. Desde que era niña hasta ahora, siempre he vivido con la idea del sacrificio para obtener algo, en efecto mi madre y mi padre siempre me hacían trabajar un poco, antes de darme algo. Por ejemplo, me acuerdo de una vez que yo quería un helado y, como mi madre tenía que hacer limpieza y no podía acompañarme, antes me hizo quitar el polvo y después me compró el helado. En mi vida siempre he conseguido algo después de haber trabajado, nunca me ha sido regalado algo por alguien sin esfurzo. Mi infancia ha sido muy feliz. Me contentaba de poco, un osito de peluche era suficiente para hacerme feliz. No tuve muchas muñecas porque mis padres no me las podían comprar, pero yo me divertía mucho jugando con mi hermano, también con los juguetes de niño y entendía que mis padres no me podían comprar muñecas a causa de las deudas hechas por la casa. Me acuerdo que una vez por semena, íbamos a dar una vuelta por la Puerta del Sol y yo me abstraía cuando veía la fuente que estaba en el centro de la plaza. Me gustaba mucho el juego que las luces hacían con el agua. Durante esa ocación, mis padres siempre nos compraban un helado y cuando regresábamos a casa, yo y mi hermano nos sentíamos los niños más felices del mundo. De lo poco que poseía siempre he agradecido a Dios, nunca me quejaba. Me veía como la niña más fortunada del mundo porque tenía padres y una casa donde vivir.
Ahora descubro que estoy en punto de llorar por alguien que jamás podrá regresar y que según lo que dicen todos, está en el cielo mirandóme. Mis lágrimas corren por mi cara muy despacio pero, en el mismo tiempo, siento que alguien me las enjuga desde el vacío y las sombras. Lloro de pena pensando a mi joventud. De hecho mi joventud ha sido muy triste porque a los veinte años perdí a mi hermano que murió en un accidente de circulación cuando él tenía sólo diecinueve años. Aquel día quería cancelar mi vida, quería matarme de la pena, pero no era posible porque tenía que seguir viviendo también para él que había sido victima de una infamia de la vida. Me lo acuerdo todavía aquel día. Mi hermano estaba muy feliz porque saliba con sus amigos con el coche por primera vez. Entonces hacía dos meses que mi harmano tenía el carné de conducir y yo sabía que todavía no conducía bien el coche. Nadie quería dejarlo ir, pero sabíamos que aunque no lo hubíeromos dejado ir, él habría tomado el coche del padre de su amigo. Entonces nos resignamos. Se fue con sus amigos a un viaje del que jamás se puede regresar. A las siete de la tarde, escuchamos por el telediario la trágica noticia de un accidente de circulacion en que había muerto un joven de diecinueve años. No nos imagínabamos que fuera nuestro José hasta que no vimos nuesto coche abarquillado y el presentador que decía el nombre de mi hermano. Así nos enteramos de lo trágico que nos iba a ocurrir. Oyendo la noticia, no la queríamos aceptar. Luego, nos llamó la policía y nos dijo lo que ya sabíamos. Todos los amigos de mi hermano saliron vivos del coche. Yo les vi y no quería aceptar que con ellos no estaba mi hermanito. Luego vi un cuerpo cubierto por una sábana blanca como su inocencia. Me acerqué llorando y vi el cuerpo de mi hermano sin vida. Era desfigurado, pero debajo de su cara ensangrada, lograba ver que había murto feliz porque antes de murir había hecho lo que quería, sin imaginarse lo que le iba a pasar. Con las manos quité la sangre de sus ojos abiertos y azules como el mar y descubrí que me hablaban, pero eran palabras sin sonidos. Se los cerré y, luego, le di un beso en la frente como siempre hacía cuando niña antes de ir a acostarme, porque él tenía miedo de durmirse sin que nedie lo pensara. En un rato me pasaron en la mente todos los momentos más hermosos que habíamos pasado juntos y después me di cuenta con pena que, muy despacio iban perdiédose y quedaban en mi mente como recuerdos lejos, recuerdos que jamás habrían regresado. Al final cubrí su cara y lo dejé. Fui a mis padres que no lograban estar de pie por la pena y me limité sólo a decirles que se lo acordaran tal como era y que no lo vieran. Mi madre me abrazó buscando un consuelo que no le podía dar porque no sabía de donde empezar. Después la murte de mi hermeno seguí viviendo en mi casa a Madrid porque mis padres necesitaban de mis cuidados. Viví ahí sentiendo cada día más la falta de mi hermano. Los días con él eran más hermosos y más divertidos, pero, en el mismo tiempo me daba cuenta que tenía que ser feliz para mis padres que sufrían más que mí.
En aquellos años estudiaba música e iba a la universidad. Mis profesores de música estaban orgullosos de mí y también a la universidad tenía buenas notas, pero no tenía tiempo libre para salir con mis amigos o pasar fines de semana fuera de casa. Mientras tanto, mi madre sufría mucho porque tenía un tumor maligno a los pulmones y cada año empeoraba cada vez más. No obstante su enfermedad se mostraba una mujer tranquila y fuerte. De todas formas, a los veintiadós años tenía que ocuparme de mi familia y de mis cosas a la universidad. Fueron años durísimos y los más tristes de mi vida. Mi madre me dejó a cuarenta y tres años, cuando tenía sólo veintitrés años. Murió justo un mes antes de mi licenciatura. En aquel período quería dejar todas mis cosas, pero mi padre que era tan orgulloso de mí, se sentía murir cada vez que le decía que dejaba la música. Mi madre era muy feliz de saber que iba a licenciarme y me acuerdo que quería venir a mi licenciatura. Fue una mujer muy fuerte y luchó muchísimo contra su enfermedad, sin estrecherse el ánimo. No obstante su enfermedad, murío feliz porque iba a su José y porque yo me licanciaba. Así, me decía, sus sacrificios venían pagados. De todas maneras, me licencié con mención de honor y dediqué mi licenciatura a mi dos ángeles que rogaban a Dios que me ayudara desde ciel. Mientras tanto, mi padre envejecía cada vez más y yo me daba cuenta de su cansancio después años de trabajo y de continuos sufrimientos. Luego mi profesor de música me propuso ir a Milán para participar al concurso Giuseppe Verdi. Entonces tenía sólo veinticuatro años. Acepté y me acompañó mi cansado padre. Era muy feliz porque sabía en su corazón que me iba a lanzar con éxito en el mundo del trabajo. Hice el concurso y canté el aire “ E’ strano, è strano ” de la Traviata, que es una de las obras más conocidas de Verdi. Hice el concurso y lo gané y desde entonces mi vida ha cambiato. Gracias a este concurso, di la posibilidad a mi padre de pasar felicemente los últimos dos años de su vida, en efecto murió dos años después el concurso, cuando tenía sólo veitecinco años. Al final, tuvo la ocasión de mi vida a veintiseis años, en efecto estaba ensayando al teatro de la Scala de Milán y me escuchó el mítico Pedro Peréz que pronto se enamoró de mi voz y así me propuso seguirlo a Austria donde actué por dos años. A treinta años soy una cantante famosa en todo el mundo y agradezco mucho a quien me ha dado la posibilidad de hacerlo: mis padres y mi hermanito.

No hay comentarios: