El día más hermoso de mi vida...

Aveces tengo miedo de olvidarme de los momentos más hermosos de mi vida, entonces necesito escribirlos para imprimirlos en mi mente. Los recuerdos son las personas y las cosas que nos hacen compañía en los momentos difíciles de la vida. De hacho, cuando estamos de capa caída, nuestra mente empieza a viajar entre las caras del pasado, buscando los momentos más felices que hemos vivido y que jamás regresarán. Acordarse de los momentos pasados, muchas veces, nos ayuda a olvidar el presente que nos estresa con su vida frenética. No sé cómo podría vivir un hombre sin recuerdos. Sería como un día sin sol o como un poeta que nunca ha escrito versos en su vida. Entonces me acuerdo del día más hermoso de mi vida como si lo estuviera viviendo ahora, con las mismas emociones y con los mismos sentimientos. Era un día de diciembre de hace muchos años cuando me ocurrió algo extraño que nunca me había ocurrido hasta entonces. Aquel día sentí una nueva emoción y descubrí que significa querer a alguien. Fue entonces que descubrí aquel sentimiento que se llama amor. Tenía diecisiete años cuando me enamoré por primera vez de un chico que conocí en una situación muy particular. Era el hijo de un compañero de mi padre y yo lo conocí gracias a la ignorancia de mi hermano en matemáticas. Como mi hermano necesitaba clases particulares de matemáticas, mi padre pensó llevarlo a su compañero que era profesor de matemáticas. Un día, mi padre me llevó consigo. Durante el viaje estaba serena y muy feliz y no me imaginaba lo que me iba a pasar. Llegamos a casa del compañero de mi padre y en cuanto llegamos, él pronto nos presentó su mujer que estaba en cocina. Antes de que llegamos a la cocina, pasamos por el salón donde había una mesa más o menos larga y que me parecía bastante antigua, un pianoforte negro de cola que no me parecía fuera usado menudo porque era demasiado nuevo. La mesa era decorada con un mantel todo bordado a mano y un florero donde había flores frescas. De todas maneras el salón era amueblado con mueble muy antiguos y restaurados. Nos sentamos en cocina y mientras los otros hablaban, yo miraba la casa que era muy hermosa. En la cocina había una chimenea esplendida y un chinero donde había platos y vasos de cerámica. Luego, la señora me hizo una serie de preguntas sobre mi vida a las que enseguida respondía. De repente sonaron a la puerta y la señora me pidió que fuera a abrir y yo lo hice. Fue entonces que encontré el chico más hermoso que jamás haya visto en mi vida. Yo lo miré sin decir ni siquiera una palabra. Entonces él me dijo que probablemente se había equivocado porque no se esperaba que una chica hermosa como mí lo abriera. Yo seguía mirándolo y sonrojándome le dije que me lo había ordenado su madre y que aquella era su casa. Se llamaba Rafael y me parecía que tenía entre los veintedós y los veintecinco años. Tenía el pelo castaño y corto y los ojos azules. Era delgado y bastante musculoso. Llevaba un pantalón vaquero y una camisa azul marino desabrochada que dejaba ver su pecho. Fuimos a la cocina y nos sentamos. Me miraba y también yo lo miraba hasta que me dijo que me fuera con él a su habitación para jugar a las cartas. Yo acepté en seguida y como soy una chica bastante tímida me sonrojé. Me temblaban las piernas y las manos empezaron a sudarme. Su habitación era muy sobria. Sólo había un escritorio con un ordenador y sillas, y luego, había una televisión. Lo que me surprendió más fue que su habitación era limpia y ordenada, no como la de mi hermano que siempre era muy desordenada. Lo que más me gusto era el panorama que se podía ver de su habitación. Él viendo que yo no dejaba ver fuera, me propuso ir al balcón. Soplaba un vieto bastante frío y yo me puso las manos a los hombros y empecé a acariciarlos para indicar que tenía frío. Entonces, él dolcemente me puso su abrigo en los hombros. Yo agradecí a él y luego nos sonrojamos sin saber el porque. Ahí pasamos la mayoría de nuestro tiempo. Me hizo una serie de preguntas. La que más me interesó fue:“¿Tienes novio? ” y mi respuesta fue: “¡Claro que no!”. Él se puso a reir como un loco y quizá, entendió que ya había perdido la cabeza para él. De todas maneras, yo le pregunté cuantos años tenía y felicemente descubrí que tenía veintedós años y que no tenía novia. Entonces, empecé a fantasticar y a imaginármelo como mi novio, y por qué no, como mi marido. Luego, vino su madre a pedirle el favor que fuera a comprar pan y leche. Rafael me propuso ir con él y yo acepté. No fuimos a comprar sólo pan y leche. En realidad fuimos a dar una vuelta por la Calle Mayor. Seguimos hablando de nosotros. Él estudiaba a la facultad de derecho a la universidad de Alcalá. Le faltaban tres examenes para terminar su carrera y llegar a ser un abogado. De repente nos paramos delante de una floristería y él me compró una violeta porque ya sabía que era alergica a las rosas. Fuimos a visitar la iglesia de Talamanca de Jarama y nos comimos un helado. La iglesia era muy hermosa. Nos dijeron que era una de las iglesias más antiguas de Madrid y que estaba dedicada a San Juan Bautista. Era un ejemplo de arte románico perfecto y donaba al país un aire muy romántica. Se hizo muy tarde y decidimos regresar. Mientras regresábamos a casa le pregunté porque no tenía novia y él me dijo que era homosexual. Yo lo miré para unos minutos y luego, me puso a reir como una loca. Él me miraba sin decir ni una palabra. Mi reacción lo surprendió y lo surprendió más lo que le dije, en efecto le dije a él que me había enamorado de él y que no me imaginaba que fuera homosexual, pero no lo juzgaba para su homosexualidad.Traté de disimular mi tristeza por todo el viaje de regreso. Llegamos a casa. Mi hermano había acabado de estudiar y teníamos que regresar a nuestra casa. Nos despedimos y desde entonces ya no he visto Rafael porque él y su familia se mudaron a Itália. De todas maneras, fue una de las experiencias más hermosas de mi vida porque sentí una series de emociones que nunca había sentido hasta entonces.